miércoles, 19 de agosto de 2009

Moratalla

Paseando las arriscadas callejas de Moratalla que suben hasta el castillo, el viajero siente un silencio mediaval. Parece que el tiempo se hubiera detenido. Se suceden los adarves, las barandas y revueltas, los balcones de forja, los cercos de las ventanas y los aleros pintados de alegres colores. La vida discurre plácida y silenciosa, como un regalo, ajena al vértigo de las grandes ciudades.

Moratalla es un tesoro forestal, tierra de altos miradores, de azucaques, conventos y ermitas, de leyendas y apariciones.

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